La médica y pedagoga italiana Maria Montessori aportó una visión apasionante de la primera infancia. Un siglo después, su enfoque puede ayudarnos a nosotros, como padres, a acompañar a nuestros hijos en casa.
Padres que se mantienen en segundo plano
Odile Anot, educadora de niños pequeños y coordinadora de un centro Nascita Montessori* ha consagrado un libro entero a este tema. Según explica la autora, sumergirse en el método Montessori “permitirá al progenitor ocupar el lugar adecuado como adulto”. Y su lugar adecuado es un lugar… secundario. Secundario porque el niño siente un impulso vital que le lleva a desarrollarse por sí mismo. Por eso empieza a caminar, a hablar y a prescindir de los pañales por iniciativa propia.
Eso no significa que debamos desentendernos de él, sino que no somos nosotros, los padres, los que tenemos que dirigirlo, como si fuera una marioneta. No, nuestro papel es acompañar ese impulso vital. “¡Comprender eso es muy tranquilizador!”, sonríe Odile Anot.
*Los centros Nascita son edificios creados por Maria Montessori para recibir a los padres y a los niños.
Un progenitor que observa
Más que objetos y materiales, el espíritu Montessori exige una actitud. “En lugar de ser un obstáculo, el progenitor tiene que ser una ayuda para la vida del niño”, aconseja Odile Anot. ¿Cómo? ¿Qué somos un obstáculo? ¡Eso sí que no! Sí, sí… recordad esas mañanas en las que, cuando el niño está a punto de subir las escaleras del parque, le decís: “¡Cuidado, que te vas a caer, yo te llevo!”. O esa vez en la que, muy ufano, se disponía a vaciar el orinal él solo en el retrete y nos precipitamos: “¡Está sucio! ¡Lo vas a poner todo perdido!”. En esos momentos, con el pretexto de la eficacia, somos obstáculos a su deseo de crecer.
Para evitar estos pequeños errores, disponemos de una herramienta muy poderosa: la observación. Observemos a nuestro hijo: sus movimientos, su llanto, su risa, su alegría, sus momentos de concentración… Cuanto más atención real prestemos a sus necesidades y a lo que siente y más nos “ajustemos” a él, más “Montessori” seremos. Odile Anot utiliza una bonita expresión para explicarlo. Se trata de “estar en la escuela de nuestro hijo”. Por eso, la pregunta no es “¿Qué tengo que hacer?”, sino “¿Qué tengo que hacer para que sea posible?”.
Un progenitor que hace que las cosas “sean posibles”
“Mi casa nunca podrá parecerse a un colegio Montessori”. No es necesario tener un material específico. Lo que importa es ofrecer al niño la ocasión de explorar el mundo en todos los sentidos y con todo su cuerpo, pero de tal modo que se sienta seguro. Lo podemos resumir así: “Hacerlo solo sin estar solo”. En concreto, utilizando las herramientas de la inteligencia: sus dos manos y sus diez dedos. Los músculos, los pensamientos, la voluntad y la concentración del niño trabajan a través de las manos y los dedos.
También podemos identificar su toma de iniciativas y acompañarlo. ¿Le apasionan las tijeras? Pues démosle folletos publicitarios o revistas y una papelera.
Un progenitor que dedica tiempo
Cuando un niño coge una rabieta o se siente triste, intentar comprenderlo requiere más tiempo que darle el chupete o colocarle delante una tableta. Pero es “perder” el tiempo para ganarlo. Porque sentirse escuchado y luego comprendido proporcionará tranquilidad al niño y a sus progenitores. Oír a su padre o a su madre decir: “Tienes razón. No me había dado cuenta de que te has hecho mayor y ahora quieres llenar el tazón tú solo” es una forma de liberación.
Montessori en casa
- El niño está deseando realizar actividades “verdaderas” que tienen sentido en su vida cotidiana. Por eso quiere participar en las tareas de la casa: cortar la verdura (¡sí, sí, con un cuchillo de verdad!), colocar la compra en la nevera, juntar los calcetines…
- Los objetos de la vida cotidiana le apasionan: baldes, esponjas, cajas, tendederos… Podemos “descomponer” las acciones, paso a paso: escurro la esponja, la pongo debajo del grifo y luego la vuelvo a escurrir. A veces, hay que adaptar un poco el mobiliario: un taburete elevador para poder trabajar en la encimera de la cocina, estantes bajos para acceder al material… ¡Y el niño ya puede seleccionar, trasvasar y cortar!
- “El exceso de objetos debilita y retrasa el progreso”, constata Maria Montessori en El método de la pedagogía científica. La pedagoga aconseja no ofrecer a los niños pequeños más que un objeto cada vez. Es mejor dejar a la vista, en su estantería, un objeto para manipular que sepamos que le interesa –y que hay que sustituir por otro cuando deja de interesarle- que una caja llena de cosas.
- A estas edades, los puntos de referencia, las costumbres y la repetición son importantes. ¡Les gusta el orden! Por eso les apasiona seleccionar y recolocar (por desgracia, solo durante un rato).
- Salir fuera es apasionante. El motivo del paseo es indiferente, lo que cuenta es el camino. Hay que “considerar al niño que se pasea como un explorador”, señala Maria Montessori. Se agacha, toquetea, avanza, se sienta, retrocede… ¡Hay que adaptarse a su ritmo y a su altura!
Texto: Anne Bidault. Ilustraciones: Séverine Assous