En Navidad, los padres suelen estar más impacientes que su bebé. Hay que organizarlo todo, preparar, decorar… para que su primera fiesta sea la más bonita. ¿Pero qué capta el niño de esta nueva costumbre familiar?
Frente al árbol de Navidad
Han escogido los regalos con esmero. Es su primer hijo y su primera Navidad. El año pasado, todavía era un recién nacido. Sus padres se adelantan ya a su alegría y a su excitación. Sin embargo, esta mañana de Navidad, frente al abeto, el pequeño no se lanza sobre los regalos primorosamente envueltos. Todavía no camina bien y prefiere quedarse quieto. “¡Mira!”, exclaman los adultos.
Eso es lo único que hace, mirar. Observar las velas, los adornos, las luces… Tanta novedad, es casi intimidante. ¡Rápido, a los brazos de papá! Los adultos insisten, le ofrecen un paquete. Pero el niño vuelve la cabeza. Hay que explicarle: “Para desenvolver el regalo, puedes rasgar el papel”. Riiis, raaas, eso está claro. Pero lo que hay dentro… me da igual. Ahora, lo que quiero es repetirlo. Abuela, dame tu regalo paras que lo abra. En un pispás, el bebé desaparece tras una montaña de papeles de regalo. ¡Qué alegría, vaya fiesta! ¿Qué padres primerizos no han pasado por esta desconcertante experiencia? Y, seguramente, se habrán preguntado qué recuerdos conservará el niño de sus primeras Navidades.
El placer de la repetición
La Navidad, como cualquier fiesta, es un paréntesis excepcional a lo largo del año. Es un día diferente. Y el pequeño necesita descifrar la novedad. Olivier Mascaro es investigador y psicólogo del desarrollo del CNRS. Trabaja en Babylab (centro de investigaciones del CNRS en el que se estudia el desarrollo cerebral de los niños de corta edad) de Lyon. Mascaro explica: “Para un niño tan pequeño es difícil comprender una experiencia compleja como esta. Porque todavía no puede apoyarse en la repetición, que es uno de los grandes pilares de su comprensión”. En este caso, el acontecimiento es demasiado singular para ser un referente. Eso puede explicar el hecho de que algunos bebés se sientan intimidados y se refugien en los brazos familiares, pero “cuando la experiencia se repite, su interés aumenta y, con él, también su memorización”. De ahí, tal vez, su pasión por abrir los regalos. Y también por el calendario de Adviento, que ritualiza la espera: todos los días pasa lo mismo. El acontecimiento se vuelve previsible, el niño tiene una referencia y puede proyectarse. Poco a poco, la Navidad, que solo tiene lugar una vez al año, se irá convirtiendo en una cita esperada.
Una experiencia sensorial
“La memoria autobiográfica se desarrolla bastante tarde”, subraya Olivier Mascaro. “Alrededor de los 3 o 4 años. Los bebés no recordarán la Navidad como un acontecimiento que vivieron, como una escena que pueden rememorar en su cabeza”. Sin embargo, la memoria también es sensorial. En Navidad, o en cualquier otra fiesta, se emplean los cinco sentidos: las luces, los dulces, los adornos, los villancicos… Todo eso cala en el niño pequeño. “¡El cuerpo tiene memoria desde antes de nacer!”, exclama la psicóloga Françoise Blaise-Kopp. “Hay recuerdos intrauterinos. Los pequeños, los bebés, captan esos momentos intensos en su cuerpo”.
Un relato común
La transmisión de una cultura pasa por muchos canales: la imitación de los ademanes y las costumbres, lo que cuentan y explican las generaciones precedentes, lo vivido por cada cual, lo que cada uno hace suyo… El hecho de que los padres y los hermanos mayores hablen de la Navidad, que recuerden Navidades anteriores, contribuye también a crear una especie de memoria colectiva familiar.
Las pequeñas costumbres, el folclore, las historias… Todo eso crea un ambiente particular que se apodera de todos y deja huella en cada uno. Si los adultos viven los preparativos con estrés y nerviosismo, la experiencia será menos positiva. “Los niños captan el interés de sus padres por esta fiesta”, apunta Françoise Blaise-Kopp. “Si para ellos no es importante, el niño lo nota”.
A cada cual su Navidad
Cuando llega la primera Navidad del primer hijo, muchas veces la pareja se enfrenta a dos culturas familiares distintas. Para algunas familias, la Navidad es todo un acontecimiento que se prepara desde principios de diciembre, mientras que para otras es una obligación familiar que incomoda a todo el mundo. Uno da por supuesto que irán a casa de la abuela mientras que el otro está dispuesto a realizar un montón de trayectos en coche para visitar a todos. Hay casas en las que sepultan a los niños en regalos y otras donde intentan evitar el exceso. Para algunos, la Navidad es una fiesta cristiana, pero otros han olvidado su relación con el nacimiento de Jesús.
Hay multitud de tradiciones y, de pronto, los padres se ven obligados a hablar de ellas “para armonizar lo que queremos decir a los niños y lo que queremos que vivan, para lograr un consenso lo más apacible para todos”, aconseja Françoise Blaise-Kopp. Resumiendo: cada familia debe (re)crear sus costumbres festivas y sus respuestas a las preguntas de los niños. Y crear así su propia tradición en torno a la fiesta de la Navidad.