Miembro de pleno derecho de la familia, aliado, peluche, compañero reconfortante… «su» mascota es muy importante para un niño. ¿Qué le aporta a niño esta relación con su mascota y cómo le ayuda a crecer?
Niño y su peluche: Una relación de igual a igual
«Los más pequeños tienen una tendencia natural a acercarse a los animales», explica Sandie Belair, psicóloga y especialista en mediación animal. Para un chiquitín, un animal es una persona, lo mismo que sus padres y sus hermanos. Y se acerca a él espontáneamente, como a un igual, con un auténtico deseo de conocerlo. Una actitud que favorece el nacimiento de una relación realmente bonita. «Nuestra hija pequeña considera al gato uno más de la familia. Hace poco, lo invitó de manera oficial a su cumpleaños dibujándole una invitación exclusiva para él»,cuenta entre risas Marina, mamá de Inés, de 3 años.
El cariño entre la mascota y el niño
Las manifestaciones del animal -ronroneos, lametones, movimientos de la cola, grititos…- transmiten al niño el sentimiento de ser escuchado y comprendido y a menudo las interpreta como muestras de afecto. Esos grandes ojos, las formas redondeadas, la suavidad del pelaje… despiertan, a su vez, la ternura del niño. «Como, además, es de tamaño pequeño, puede cogerlo en brazos y, de este modo, reproducir actitudes afectivas como las que ve en su mamá y en su papá respecto a él mismo», precisa Sandie Belair. Impulsos de ternura que, sin embargo, conviene que los padres vigilen de cerca. «Igor quiere tanto a su conejillo de Indias que a veces le daba unos abrazos un poco asfixiantes. Le hemos enseñado cómo abrazarlo sin hacerle daño», cuenta Lorenzo, padre de Igor, de 2 años y medio.
La mascota es para el niño… un peluche vivo
«Se ha constatado que muchos niños buscan la proximidad de su mascota cuando están tristes, enfadados o asustados. Para ellos, es un referente de seguridad al que se acercan para tranquilizarse. Estas virtudes reconfortantes hacen que el animal favorezca la reducción del estrés derivado de las dificultades cotidianas y de las separaciones», puntualiza Sandie Belair. El perro, el gato, el hámster o el conejo representan en cierta medida el papel de los padres cuando éstos no están disponibles o cuando están ausentes: la mascota reconforta, protege, da calor y compañía. «Cuando reñimos a Inés porque ha desobedecido, siempre busca refugio en nuestro gato. Y él se pone a ronronear, como para consolarla», cuenta Marina, la mamá.
La mascota es un aliado, no un rival
Con un animal, no hay rivalidad por el amor del padre y de la madre como con un hermano o una hermana: el niño ve que sus padres tratan a la mascota de otra manera y no teme ser destronado. «En cambio, niño y animal tienen en común las prohibiciones parentales, que ambos deben acatar. Y también el sentimiento de estar excluidos de ciertas conversaciones y actividades familiares. Esta complicidad puede suavizar la frustración», matiza Sandie Belair. Gracias a este aliado peludo y con patas, el niño crece y adquiere nuevas competencias: hace el esfuerzo de decodificar el lenguaje corporal de su mascota. Y, a menudo, también desarrolla capacidades motoras al imitarlo. ¡Una bonita escuela de vida!
Texto: Isabelle Gravillon