No paran de discutir; a veces, incluso se les escapa alguna patada… Las disputas entre hermanos son muy frecuentes y ponen a prueba los nervios de los padres, que se preguntan cómo actuar. Anne Bideault comparte sus reflexiones…
¿Cuándo intervenir si los hermanos se pelean?
Confieso que lo llevo mal: cuando el volumen sonoro y la tensión van en aumento, me cuesta no inter venir. Antes de que pasen a mayores, me oigo ordenar: «¡Chsss! ¡Si no podéis poneros de acuerdo, jugad a otra cosa!» o bien «¡Separaos! ¡Tú, al sofá; y tú, al cuarto!». Pero una voz dentro de mí (la del progenitor que se sien te culpable), me sermonea: «Espera a ver si en cuen tran una solución ellos solos…¿No estarás coartando su expresión? No es bueno que dejen de exteriorizar lo que sienten sólo por darte a ti el gusto…».
Los psicólogos aseguran que las peleas son sanas. Primero porque, si hay discusión, no hay indiferencia, prueba de que existe un apego. Y además, porque esos rifirraes son una iniciación a todas las relaciones sociales que mantendrán a lo largo de la vida. De modo que no corto la discusión antes de que haya empezado realmente. Y sólo me meto si la situación se bloquea sin visos de solución o, por supuesto, si degenera en violencia.
Trampas que hay que evitar ante peleas de hermanos
Reconozco que, en ocasiones, grito: «¡Basta!». El efecto es inmediato: se quedan quietos y en silencio. Es un alivio, pero el conflicto no está solucionado. Y ambas partes se sienten descontentas: no se les ha escuchado, sólo se les ha obligado a parar. A veces, ¡error!, pregunto: «¿Quién ha empezado?». Y así abro paso a una larga retahíla de «¡Yo no he sido! ¡Ha sido él!», «¡Yo no, ha sido ella!».
Obligada a to mar partido por uno u otro, comprendo que no he hecho más que atizar la hostilidad. Los niños saben cómo hacernos caer en esta trampa: «¡Mamá, Amelia me ha cogido mi librooo…!», «¡Papá, Héctor me ha tirado del sofá!». ¡Qué mirada victoriosa se lanza entonces al rival! Porque el adulto reacciona como lo habían previsto: «¡Héctor, pide perdón!», «¡Amelia, dale su libro!». El perdedor experimenta entonces un fuerte sentimiento de injusticia y de celos. ¡Sí!, nuestro modo de reaccionar puede avivar las disputas. Pero claro, a veces hay que intervenir.
No es fácil mantenerse neutral
Natalia, que tiene tres hijos de entre 5 y 9 años, cuenta: «Las normas de casa se han acordado entre todos. Dos ejemplos: cada uno es el jefe en su cuarto; si se quiere un juguete, hay que pedírselo a su dueño y devolverlo en buen estado y en un plazo razonable». Paula, madre de dos niños de 5 y 6 años, sólo interviene «si se pegan. Los separo, pero no tomo partido. Son ellos quienes deben zanjar el asunto». Muchos expertos respaldan esta actitud respetuosa: tomarse en serio los conflictos entre hermanos y evitar considerarlos «chiquilladas».
Para que la tensión ceda, a veces bastará con escuchar a ambas partes sin juzgar ni interrumpir sus explicaciones. Así verán que es posible decir las cosas con palabras, sin insultos ni violencia física. Cuando las emociones son tan fuertes que las palabras no bastan, se pueden buscar otros medios de expresión, como dibujar su rabia, ¡y hasta golpear los cojines del sofá! También se les puede abrir camino para que hablen: «Te parece injusto que…», «Veo que estás enfadada porque…».
Y, ante el nacimiento de un hermano, se sentirán comprendidos y menos culpables de sus sentimientos si el adulto los verbaliza: «Tienes derecho a estar triste por que todos hacemos caso al bebé. Y entiendo que tengas ganas de que no esté aquí». Mientras escribía este artículo, puse en práctica con mis hijas el consejo de dejar que se las arreglen solas: «Así que queréis jugar juntas, pero no a lo mismo. ¡Seguro que se os ocurre algo!». Y salí del cuarto. Un minuto después, el asunto estaba resuelto: jugaron un rato a cada juego. ¿Obvio? Sí, para un adulto. Para ellas, fue el fruto de una negociación.
Un camino hacia la fraternidad
Tras la crisis, se masca la tensión en el ambiente y nos angustia pensar que sus peleas sean el presagio de su relación futura. Sin embargo, los expertos aseguran que el sentimiento de fraternidad sólo nace cuando se han podido exteriorizar los conflictos abier tamente para llegar a aprender, poco a poco, el arte de convivir. Las discusiones tienen algo positivo (sobre todo, si los padres encaminan bien a sus hijos): abren paso a aceptar las diferencias, a compartir, a negociar, a inter cambiar… Competencias sociales muy útiles para el día en que se hagan adultos, ¿verdad?