Durante las vacaciones, se rompe la rutina y se cambian las costumbres. A los cuatro, cinco o seis años, cualquier cambio es un descubrimiento: cruzar a pie un riachuelo, merendar en un sitio insólito, acostarse tarde… Para padres e hijos, este guirigay es un placer.
El desbarajuste de las comidas en vacaciones
Durante el curso, las comidas se hacen a horas fijas (o casi…), su preparación está cronometrada (o casi…) y, a partir de las 20.30 o las 21 horas, los niños tienen que estar cenando. En verano, la presión es mucho menor y los ingredientes estivales facilitan la vida (¡gracias, tomates, pepinos, lechuga!). Preguntad a vuestros hijos: os dirán que su menú ideal de verano son los helados y los bocadillos. Hay que contar, además, con algunos extras festivos, experiencias inusuales que les fascinan: una cena en una terraza, un helado frente al mar, un alto para comer en el trayecto hacia el destino veraniego…
Antonio, padre de tres niños: «Cuando a los adultos nos apetece estar un rato entre adultos, proponemos a los niños que cenen aparte, solos, en los, en una mesa le jos de los papás”, o sea, al otro extremo del jardín. Les encanta venir a rellenar sus platos y volver a su mesa “como los mayores”»
El desbarajuste de la ropa en vacaciones
La respuesta espontánea de Mateo no ofrece lugar a dudas: lo que más le gusta en verano es «estar en bañador todo el día». El calor y el contexto más relajado permiten a pequeños y grandes cambiar la indumentaria habitual. A los niños les gusta esta simplicidad y se sorprenden de que se les permita.
Miguel, 6 años: iguel, 6 años: «Un día, se puso a llover muy fuerte y mamá dijo: “¡hala, vamos a la calle!”. Y salimos descalzos en bañador y bailamos y nos mojamos pero no teníamos frío. ¡Me lo pasé muy bien!».
El desabarajuste de la casa en vacaciones
Pasar una parte de las vacaciones en casa puede convertirse en un tiempo de recarga de energía para la familia, siempre que superemos la tentación de poner al día todas las pequeñas tareas pendientes (¡así, puede convertirse en un tormento!). La casa permite tomarse su tiempo, juntos en el espacio familiar, para ver con otros ojos lo que se posee, para hacer cosas que nunca se hacen, para jugar con los juguetes olvidados en un armario o cambiar la función de cada espacio…
Estefanía, madre de una niña: «Como no tenemos jardín, saco a la terraza un par de alfombras, unos cojines, una sombrilla y una caja con libros. Es nuestro rincón de lectura y el lugar donde mi hija duerme la siesta».
El desbarajuste del agua
Aunque el mar no sea nuestro destino, en verano el agua no está limitada a la ducha: vamos al río, a un lago, a la piscina, al parque acuático… Pero, incluso en los espacios sin agua, siempre es posible mojarse para sobrellevar el calor: basta con una manguera, una regadera o una batalla de agua.
Tana, 5 años: «Mi abuela me dio un bote lleno de agua y un pincel y me puse a hacer dibujos en el suelo del patio. ¡Pero con el sol se borraban enseguida!»
El desbarajuste del sueño
Nos alojamos en casa de amigos, vamos a un apartamento o a un camping, los niños duermen con los primos en colchones en el suelo o en sacos de dormir. Acostumbrarse a una nue va cama, a otra habitación, les resulta emocionante pero les asusta un poco, por lo que las primeras noches pueden ser algo moviditas. En cualquier caso, la temperatura y el cielo estrellado se prestan a hacer maravillosos descubrimientos al aire libre.
Elena, 4 años: lena, 4 años: «¡Y me dejan dormir la siesta en una hamaca con mi papá!».
El desbarajuste de la imagen de los padres ante los hijos
Relajación, despreocupación, dolce far niente… Los padres levantan el pie del acelerador y dejan de meterse prisa y meter prisa a sus hijos. Los niños a veces tienen la impresión de «descubrirlos» en actitudes o habilidades desconocidas: unos pa dres campeones de pimpón, una madre artista que improvisa una obrita de teatro con su hermana… En definitiva, momentos especiales que todos se llevan de vuelta a casa para retomar con energía renovada la inevitable rutina.
Silvia, 5 años: «Un día, mi mamá salió del mar y se hizo una peluca de algas, ¡qué asco!»