«¡Esta hija mía se pasa el día brincando…!» «¡Este niño no para quieto ni un minuto!» Muchas veces tenemos la sensación de que nuestros hijos han inventado el movimiento permanente. Y tenemos que alegrarnos porque, para crecer, los niños necesitan moverse: sin movimiento, no hay desarrollo de la inteligencia.
El movimiento es fundamental para los niños
«Desde que nace hasta los siete años, más o menos, el cuerpo es primordial en el desarrollo del niño. Su pensamiento se construye cuando hay actividad corporal», explica Pascale Pavy, especialista en psicomotricidad. Mientras un niño se mueve, toca, experimenta… su cerebro lleva a cabo su trabajo de conexión y de memorización. ¡Y está sometido a una prueba muy dura! Tiene que ir actualizando sus conocimientos de forma constante: apenas ha integrado que está dotado de dos brazos, cuando éstos crecen más y tiene que adaptarse a las nuevas medidas.
Por eso, a estas edades, es bastante frecuente cierta torpeza. Hacer una torre con piezas de construcción o subirse a una estructura de juego en el parque supone resolver un problema: «¿Esta pieza es mayor que esta otra?»; «¿Es mejor meter la pierna por aquí o darme la vuelta y agarrarme a aquella cuerda?». Al ir buscando sus propias soluciones, al avanzar mediante el sistema de ensayo y error, el niño construye su pensamiento. Y, contrariamente a lo que cabe suponer, mientras se mueve, está muy concentrado. El movimiento también le permite adquirir puntos de referencia en el espacio (arriba, abajo, entre, encima, al lado…), calcular distancias, coordinar el movimiento y la mirada y ejercitar competencias que necesitará para, por ejemplo, aprender a escribir. Lo dicho es válido para toda clase de mo vimientos, incluso los que nos pa – recen irre levantes.
La ergoterapeuta Marion Ysebaert describe así su profesión: «Consiste en ayudar a los niños a ser lo más autónomos posible en su vida cotidiana, en casa y en el colegio». Lamenta que se otorgue toda la importancia a las exigencias cerebrales en detrimento de las gestuales, relegando el hecho de que las segundas nutren la inteligencia: «Abotonarse la camisa, anudarse los cordones, cortar la carne… A fin de ganar tiempo, los padres eligen las cremalleras y el velcro, olvidando que esos movimientos, que parecen triviales, en realidad son esenciales, incluso para competencias puramente escolares».
A decir verdad, nos quejamos sobre todo de la «inquietud» de los niños cuando nos parece inapropiada en una situación concreta. Y así lo constata la kinesioterapeuta Isabelle Gambet Drago: los niños de hoy se muestran muy activos en circunstancias en que querríamos que «se estuviesen quietos y tranquilos», como en la mesa o durante la clase pero, en conjunto, se mueven menos que las generaciones precedentes. Antes, la actividad física era ineludible. Por citar un ejemplo, los niños iban andando al colegio mientras que, en la actualidad, salen de casa, se meten en el coche y vuelven a salir en la puerta del colegio sin apenas haber caminado. Los niños corrían, se subían a los árboles, montaban en bici, «gastaban energía» al aire libre.
Las costumbres de vida urbanas, la aparición de las pantallas (que tanto atraen a los niños), el ritmo acelerado del día a día… todo ello repercute en la falta de movimiento físico. ¿Quién no se ha impacientado ante el entusiasmo que despierta en los niños un banco de la calle? ¡No hay tiempo para permitirle que se suba! Y tampoco para dejar que camine en equilibrio por un bordillo o que lance piedrecitas. Sin embargo, subirse a un muro bajo supone un aprendizaje de gran complejidad: pone en juego la precisión, el equilibrio, la fuerza necesaria para agarrarse, la confianza en sí mismo, la concentración… En definitiva, competencias y cualidades fundamentales para sentirse a gusto consigo mismo a una edad en la que los peque ños crecen un poquito cada día… tanto intelectual como físicamente.
Anne Bideault