Corren, patalean, saltan… ¡no paran! Cuando se vive con niños, a menudo se tiene la sensación de una agitación permanente. Y nos repetimos que ya pasará… cuando crezcan un poco. Pero ¿hay algún modo de ayudarlos a tranquilizarse? Anne Bideault, periodista y madre de tres niños, nos habla de su experiencia.
1. Las palabras que calman al niño
Mi vecina Fani tiene cuatro hijos de 2, 4, 7 y 9 años. Cuando uno de ellos se pone insufrible, ella lo interpreta como «una falta de seguridad en sí mismo, una dificultad para encontrar su puesto entre nosotros seis». En estos casos, procura pasar un rato a solas con él (hacer un bizcocho, jugar al parchís) y trata de explicarle lo que le pasa: «A lo mejor es que piensas que te hago poco caso…». Fani asegura que suele notar cuándo ha dado en el clavo: «Además, los niños saben «decirnos» cuándo no vamos por el buen camino en nuestra interpretación. Si no logro averiguar lo que va mal, y mi hijo no sabe aclarármelo, le acaricio (le abrazo, le doy un masaje…) para transmitirle «estamos aquí, contigo, y puedes contar con nosotros»».
2. Las lágrimas que calman
Desde que ha salido del colegio, mi hija Sonia está enfurruñada: el zapato le hace daño, la merienda no le gusta… ¿Darme la mano? ¡No! ¿Abrocharse el chaquetón? ¡No! La tensión es contagiosa y, en unos minutos, también estamos tensas su hermana y yo. La tormenta estalla en cuanto entramos en casa: Sonia se tira al suelo llorando y pataleando. Hace tiempo leí un libro sobre los beneficios del llanto para los niños. Y sigo el consejo de su autora: siento a Sonia en mis rodillas y la abrazo. Al principio, intenta soltarse pero, poco a poco, su cuerpo se relaja. Pueden pasar quince, treinta minutos… ¡es una prueba de paciencia! Me concentro en escuchar su llanto, que se hace más regular. Y, por fin, deja de llorar y se levanta. Me mira sonriendo y, cuando le pregunto qué le pasaba, me dice: «No sé». Y es la verdad: no siempre podemos racionalizar una emoción.
3. Las pausas que calman a los niños
Elisabeth Jouanne es profesora de Infantil. Y comienza la mañana con un ejercicio de yoga que sus alumnos perciben como un juego: «Nos sentamos en corro, como los indios. Atrapamos el sol y lo traemos a nuestro corazón». Mediante estos ejercicios, los niños toman con ciencia de su cuerpo, de sus sensaciones, del espacio y de los demás. Para Elisabeth, «la calma es el conocimiento de uno mismo y pasa, necesariamente, por la introspección». Son ejercicios muy visuales, básicos y breves (de unos quince minutos), que reducen la ansiedad y predisponen a los niños al aprendizaje. Incluso en casa, los padres ven que, cuando los niños se ponen tensos, aplican las técnicas que han aprendido en clase para relajarse. Elisabeth lo ve natural: «Todos vamos acelerados, incluso los niños, por los adultos, por los horarios… Y el yoga les enseña a hacer esa pausa tan necesaria que no siempre nos imponemos».
4. La presencia que calma
Éste es el punto clave: lograr estar con el niño al cien por cien, sin tener la cabeza en otro sitio. Cuántas veces le oímos decir: «Es que no me escuchas». O nos oímos apremiarle: «¡Venga, tira el dado ya!», mientras estamos pensando en la cena. Es normal no estar siempre disponible para él, pero su inquietud a veces refleja una preocupación interna: se siente solo, le ha ocurrido algo o teme algo que va a pasar. La psicóloga Émilie MoreauCervera insiste en un punto: si un niño percibe que sus padres están presentes, atentos a lo que está viviendo, se siente seguro y acepta los momentos, inevitables y frecuentes, en que no están disponibles. Leer un cuento juntos, charlar de cómo fue el día, compartir un ratito de complicidad… ¡eso nos relaja a todos! Estar tranquilo es disfrutar del momento, del «aquí y ahora». Y también es ser capaz de concentrarse cuando es preciso, lo que no sólo resulta imprescindible para el rendimiento es colar sino para ser más felices.