Gracias a los libros, los CD, los DVD y las pantallas de todo tipo, la cultura entre fácilmente en casa. Entonces, ¿para qué llevar a los niños pequeños a ver un espectáculo? Este artículo te animará a hacer la prueba con tu hijo. Teatro, artistas callejeros, conciertos, danza, circo… Cualquier espectáculo en vivo puede aportar mucho, tanto a los niños como a los adultos.
Espectáculos en vivo para niños
“Es un recuerdo que guardo como un tesoro en la memoria. Fuimos en familia a ver el Circo Romanès. Para mi hija pequeña, de 4 años, era su estreno: nunca había asistido a un espectáculo en vivo. Estaba sentada en mis rodillas, con el cuerpo inclinado hacia la pista, roja de excitación, con las manos juntas y crispadas y las piernas temblorosas. Su concentración era fascinante: la carpa, la música, las luces, el ambiente… lo absorbía todo. Cinco años después aún habla de esa representación.
Todos los actores, cuentacuentos y directores de teatro a los que hemos preguntando por qué es importante llevar a los niños a un espectáculo en vivo han tenido problemas para respondernos. Es como si hubiera demasiadas respuestas o como si las palabras no bastaran para decirlo todo. “Es tan diferente, tan distinto -resume Alain Benzoni-. Durante el espectáculo en vivo, el niño entra en un universo necesariamente mágico”. Hace ya cuarenta años que este director de la Alta Saboya, fundador del festival Au bonheur des mômes (El paraíso de los chiquillos), trabaja para el público más joven. Cuarenta años de satisfacciones.
Espectáculos a través de la pantalla vs espectáculos en vivo para niños
La palabra clave es “vivo”. “Al contrario de lo que ocurre con una pantalla, nos encontramos en el terreno de las relaciones humanas –subraya Alain Chambost, director de la Compagnie du Théâtre des Mots (Compañía de teatro de las palabras), con sede en el Beaujolais–. La gente que sale a escena está viva, reacciona con sus entrañas, hay una interacción real entre los actores y el público. Estamos en el presente: no podemos apretar la techa ‘pausa’ o ‘replay’. Esta cercanía física, al alcance de los sentidos, hace que unos y otros entren en ‘la plenitud sensorial’”.
Jean-Philippe Amy, fundador de Pata’Dôme –un teatro de la periferia de Lyon que tiene un armazón redondeado y acogedor, que es ideal para los niños– considera que el espectáculo en vivo es “una experiencia a flor de piel”. Cuanto más pequeños son los niños, más descuidan los artistas la narración para trabajar sobre todo los sentidos: imágenes, sonidos, ritmo, iluminación, uso del espacio, imaginario… Solo así puede el espectáculo en vivo hacer que el espectador vea y sienta una forma de “poesía sin palabras”.
La psicóloga Cécile El Mehdi se ha interesado por lo que aporta el arte al desarrollo subjetivo de los niños. Para ella, “la lengua de los artistas lleva algo de amor por la lengua, incluso cuando el espectáculo no tiene un texto real, sino que se interpreta con sonidos. Hacer que los niños experimenten ese placer vocal es maravilloso y muy importante para su ingreso en el campo del lenguaje”.
Experiencias compartidas en familia
Otro elemento esencial es que el niño vive ese momento extraordinario con sus padres, a diferencia de otras experiencias culturales, como el DVD, que suelen ser solitarias. A Jean-Philippe Amy le gusta observar a su público en la sala: “Me impresiona el vínculo emocional tan fuerte que une a padres e hijos. Los primeros a menudo tiene los ojos clavados en los segundos, atentos a sus reacciones. Comparten una experiencia intensa que les lleva a otra parte, más allá, pegados los unos a los otros, en medio de otros espectadores”. Las emociones rebotan del escenario al niño y a sus padres. Por ejemplo, el personaje del espectáculo va a sentir miedo, y el niño con él. Pero lo hará “en un marco protector y acompañado”, subraya la cuentacuentos Nathalie Bondoux, que habla del efecto benéfico de esta “catarsis”.
De vuelta a la vida real, el espectáculo tiene sus ecos, se expande, suscita imitaciones, preguntas, conversaciones. A los niños les marca lo que han visto. Los más mayores preguntarán, hablarán de él. Y los pequeños lo integrarán a sus juegos cotidianos, lo imitarán con gestos y trasladarán los personajes a su universo imaginario. Para Nathalie Bondoux, “un buen espectáculo en vivo estimula la curiosidad. ¿Que el niño no lo ha entendido todo? No pasa nada. ¿Que el espectáculo suscita preguntas? Eso está muy bien. El espectáculo en vivo no está ahí para dar respuestas, sino para dar vida a algo y avivar la curiosidad y el deseo”.
Alain Benzoni va más allá y nos advierte que “no hay que tratar a los niños como si fueran tontos”. Este hombre, que asiste cada año a un centenar de espectáculos para programar el festival del Grand-Bornand, identifica desde el primer momento los espectáculos en los que se hacen tonterías: “Los niños son personas plenas. No es necesario hacer ña-ña-ña, poner decorados sosos o contar historias ridículas. ¡Al contrario! Los niños son esponjas y no hay que tomarse a la ligera los mensajes que queremos transmitirles cuando nos dirigimos a ellos. Hacer soñar a los chavales es una responsabilidad”.
Los niños, un público exigente
Ya sean actores, directores, cuentacuentos o todo a la vez, los profesionales del espectáculo se muestran de acuerdo en reconocer lo extremadamente delicado que es trabajar para ese público. “Los niños son directos, si no les gusta, te enteras enseguida. Y si les gusta, también: el retorno es inmediato”. Alain Chambost aún se emociona al recordar a una niñita que, al final de la representación, se acercó a él espontáneamente y le hizo una caricia: “¿Qué fue lo que le llegó tanto? No lo sé, pero supongo que encontró respuestas a sus dudas”.
Nathalie Bondoux habla con humor de su miopía, que no le impide distinguir las caras de los niños cuando narra sin gafas. La cuentacuentos utiliza mucho la expresión corporal, se sube a las sillas, se sienta, se pone de pie… “Los niños me ven hacer cosas fuera de la norma. Un día, en 1.º de Educación Infantil, vi al fondo de la clase una cara toda colorada. Pero la vi borrosa, porque no llevaba las gafas. Sus compañeros se reían al verme hacer cosas prohibidas. Al terminar el cuento, la maestra me dijo que era la primera vez que la veía reír o incluso sonreír. Es un bonito regalo para una cuentacuentos y eso demuestra que el espectáculo en vivo sigue siendo una experiencia que desarrolla y despierta los sentidos”. Un bonito regalo para la cuentacuentos, para el actor, para el artista. Y un bonito regalo sobre todo para el niño. De hecho, ¿quién no tiene grabado en la memoria un espectáculo que le impresionó? “Lo oigo todos los días –sonríe Alain Benzoni-: ‘recuerdo que cuando era pequeño vi…’”. ¡Ofrecer recuerdos imperecederos es una buena razón para llevar a los niños al teatro!
Unos consejos antes de llevar a los niños a un espectáculo
• Hay que hacer caso a las franjas de edad recomendadas y no sobrevalorar la edad de los niños. ¡Porque también hay espectáculos para bebés! En las actuaciones para los más pequeños se evita la oscuridad total y los silencios prolongados –explica Jean-Philippe Amy–; puede haber expresión verbal, pero en pequeñas dosis”.
• Hay que precisar: “Unos artistas van a actuar”, porque no es tan inusual que los más pequeños no sepan distinguir lo que es “de verdad” de lo que es “de mentira” y eso puede causarles ansiedad.
• Hay que avisar de que los actores pueden llevar disfraces, maquillaje, máscaras… Especialmente estas últimas pueden impresionar mucho a los más pequeños.
• Hay que avisar de que estará todo oscuro y que encenderán las luces cuando termine el espectáculo.
• Hay que explicar que, al final, se aplaude para dar las gracias.
• Hay que salir de la sala si el niño no vive bien la representación.
Testimonios de los padres
“Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado”. Desde que mi hija Sidonie, de 3 años, escuchó a una cuentacuentos, suele terminar sus propias historias con esa cantinela. Fuimos a ver el espectáculo las pasadas vacaciones, y le impresionó mucho. Fue lo primero que le contó a su maestra”.
Sandra, madre de dos hijos de 3 y 6 años.
“Para mí, el espectáculo en vivo es la imagen de mi hijo sentado al borde de la butaca, apoyando solo la punta del trasero, alargando la cara hacia el escenario, con los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta. Le susurré: ‘Quítate el abrigo, que vas a pasar calor’, pero ya no me oía, no estaba allí, estaba totalmente sumergido en el espectáculo”.
Stéphanie, madre de tres hijos de edades comprendidas entre los 2 y los 9 años.
“Siempre me ha gustado llevar a los niños a ver espectáculos. Guardo en la memoria las carcajadas de nuestro hijo, que reconocíamos entre todas las demás, en la oscuridad de la sala. Ahora está en Primaria, pero no le importa acompañar a sus hermanos pequeños cuando hay obras de teatro”.
Fanélie, madre de cuatro hijos de edades comprendidas entre los 3 y los 13 años.
“Me fascina observar cómo logran los artistas sumergir a los niños en la ilusión teatral. Recuerdo a mis hijas emocionadas por el destino de un simple guijarro al que daba vida un artista español”.
Ludovic, padre de tres hijos de edades comprendidas entre los 4 y los 11 años.
Texto: Anne Bideault.