Los límites demasiado estrictos o demasiado laxos y las normas inadaptadas o fluctuantes suelen ser causa de conflictos agotadores tanto para los pequeños como para los adultos. ¿Cómo evitarlos ejerciendo una autoridad positiva que respete a los niños y establezca un marco para que puedan crecer bien? Seguid los consejos de dos especialistas de la paternidad y de la primera infancia.
Conflictos y relaciones de fuerzas entre padres e hijos
Sinceramente: hay días en los que no puedo más. Un niño de 4 años pone mis nervios a prueba: “¡No me quiero poner las zapatillas!”, “¡no quiero lavarme las manos!”, “¡quiero jugar con la tableeeta!”. A veces tengo la impresión de que mi vocabulario se ha reducido a una sola palabra: “no”. Para mi vergüenza, caigo en el chantaje (“Si guardas los zapatos, puedes jugar con la tableta”) o incluso estoy a un paso de rehabilitar “el rincón”: “Muy bien, pues ve a pensar a tu habitación”. Conflictos, relaciones de fuerza… No es precisamente el tipo de relación que quería establecer con mis hijos. Por eso traté el tema de la autoridad con dos profesionales de la primera infancia y de la paternidad.
Error de padres: un marco muy estricto o demasiado laxo
“Mi hijo es insoportable”, “me provoca”, “no puedo más”… Es el tipo de frases que utilizan los padres, solos o en pareja, cuando se ponen en contacto con Lydia Louette, consejera parental. “No se sienten escuchados ni comprendidos ni respetados”, lamenta la consejera, que ve en estos problemas la señal de una autoridad mal impuesta: un marco demasiado estricto o demasiado laxo, o normas fluctuantes o inadaptadas al desarrollo del niño. Si las normas son demasiado numerosas y cerradas, el niño puede inhibirse y perder totalmente la confianza en sus capacidades. Sin embargo, no establecer ningún límite hace que recaiga sobre el niño toda la responsabilidad de sus actos y de sus elecciones: ¡qué angustia! El pequeño necesita sentir que puede apoyarse en sus padres: lo que vale para hoy tiene que seguir siendo válido dentro de una semana.
Normas claras para los padres… y para los hijos
Anne Spatazza es educadora de niños de corta edad y da clases de formación sobre comunicación positiva. Al inicio de sus cursillos, generalmente propone a los participantes (padres y profesionales de la primera infancia) que dediquen unos minutos a escribir las normas principales que rigen en sus casas. “Algunos hacen un auténtico catálogo de normas para su niño de 4 años. Pero la mayoría se da cuenta de que no hay normas claras ni para ellos ni para los niños”. Luego, la educadora aconseja preguntar a los niños, aunque sean pequeños: “¿Tú que crees que te dejamos hacer en casa?”. A veces, hay respuestas sorprendentes. Lydia Louette va más allá: “Es fundamental que los adultos se tomen su tiempo para reflexionar sobre lo que quieren para sus hijos, sobre su papel hacia ellos, para llegar a establecer algo claro y compartido”. La cosa se complica cuando los padres están separados. En ese caso, lo ideal es que el esfuerzo de comunicación y el consenso sean posibles. Pero cuando las divergencias educativas llevan al niño a decir: “Sí, pero mamá me deja”, Lydia Louette aconseja contestar: “Ya sé que en casa de mamá es distinto, pero yo he pensado en mi trabajo como papá y para mí es importante que esto sea así”.
Normas adaptadas a la edad del niño
Otro punto en el que coinciden las dos profesionales es que no se puede luchar en todos los frentes. Es algo insoportable y lleva a todos al fracaso. Lo sensato es retomar la lista y rebajar las ambiciones sin olvidar nunca la edad del niño. Anne Spatazza incluso sugiere otro criterio de selección: ¿esta norma seguirá siendo importante para mí cuando tenga 18 años? Por ejemplo: ¿seguiré poniéndome nervioso si, cuando sea adulto, no se pone las zapatillas? ¿Y si no da las gracias a alguien que le hace un favor? ¡Hay que elegir! ¿Y en caso de gran berrinche? ¿Qué hacer cuando la famosa “terrible two” (la crisis de los 2 años) se eterniza hasta los 5 años o cuando tiene recaídas? No hay recetas, claro, pero tal vez podamos preguntarnos: ¿desde cuándo es un niño difícil?, ¿ha pasado algo?, ¿en qué situación o situaciones nos peleamos? Entonces descubrimos que no hemos visto cómo evolucionaban sus necesidades: a un niño de 5 años no podemos decirle o imponerle las cosas como cuando tenía 2 años. Si el padre o la madre le habla como a un bebé, es normal que reaccione mal.
Un marco de libertad en casa
Hay que responsabilizar al niño. Si le dices: “Anda, esta mañana está lloviendo, ¿qué zapatos te vas a poner?”, seguro que reacciona mejor que si lo sometes exclamando: “¡Ponte las botas!”. También debemos reconocer que otras veces exigimos cosas solo porque estamos nerviosos y queremos tener la última palabra: “¡Te pones el jersey rojo y se acabó!”.
Por último, no debemos olvidar que si el niño se opone tanto en casa es porque durante el día ha tenido que concentrarse mucho: necesita “liberarse” en el ámbito familiar y con alguien con quien tiene confianza, es decir, sus padres. Lo mejor es coger una buena bocanada de aire y mirar todos esos pequeños rechazos en retrospectiva. Porque el marco solo se puede mantener si da un amplio margen de libertad. Marco y libertad: la clave de una autoridad que respeta y hace crecer al niño.
El respeto de las normas en la infancia: 9 reglas de oro
• Prevenir mejor que curar: “Vamos a entrar en esta tienda. Podéis mirar los objetos, pero no los toquéis”.
• Recordar las normas previamente establecidas antes de aplicarlas: “Puedes ver la tele cinco minutos más, pero luego te diré qué botón tienes que apretar para apagarla”.
• Decir “sí” mejor que “no”: “Sí, podrás tomar el caramelo al final de la comida. Lo dejo aquí, acuérdate de pedírmelo”. Es mejor que: “No, nada de caramelos antes de comer”. • Explicar las decisiones sin ahogar al niño en un mar de palabras. Cuando la norma ya está establecida, no hay por qué volver a justificarla: “Hay que lavarse las manos antes de comer” pasa simplemente a: “¡Esas manos!”.
• Decir “no” sabiendo que nuestro rechazo no es fácil de aceptar y provoca una emoción: “¿Te apetecían mucho las patatas fritas, verdad? Estás triste porque no te dejo comerlas, ya sé que te gustan mucho”. • Centrarse en lo que está permitido más que en lo que está prohibido: “Puedes escribir en tu cuaderno”, mejor que: “¡No escribas en la mesa!”.
• Llevar cuidado con el uso del imperativo y confiar en la inteligencia del niño: “Al llegar a un cruce, ¿qué tienes que hacer?: tienes que darme la mano”.
• Subrayar el hecho de que todo el mundo tiene que respetar reglas, también las personas mayores: “¿Por qué no adelantas a ese tractor?”. “Porque hay una línea continua blanca que significa que está prohibido, es demasiado peligroso”.
• Y prepararse para repetir y repetir… El cerebro de un niño no puede incorporar una instrucción a la primera, sino que asimila gracias a la repetición.
¿Pero cuál es la regla?
Cuando el niño empieza a participar en juegos de mesa, muchas veces evita una regla y la adapta a su favor. Es buena señal: eso significa que ya ha asimilado lo que es una norma. Durante el juego, pregúntale: “¿Pero cuál es la regla?”, “¿cuándo se puede hacer esto y cuándo no?”, ¿si hago esto, qué pasa?… Así lo harás avanzar en esta noción. ¡Que pierda o que gane da igual!
El chantaje es útil, ¿pero a qué precio?
“Si te pones el pijama te doy un caramelo”. Sí, qué duda cabe, el sistema funciona y evita conflictos, ¿pero a qué precio? ¿Qué queremos desarrollar en el niño? ¿La obediencia ciega y la docilidad o el espíritu crítico? En el segundo caso, hay que evitar las frases del tipo “si… entonces…”. Eso no significa que no podamos poner condiciones. Todo es cuestión de cómo se formulan. Imaginemos que la norma establecida es la siguiente: por la tarde, cuando los niños están ya en pijama y tienen las manos limpias, antes de las 19 horas, pueden ver un episodio de Osito Pardo (por ejemplo). En ese caso, podemos decir: “¿Quieres ver la televisión? Pues entonces ya sabes lo que tienes que hacer”.
¿Son eficaces los castigos?
“El castigo condena a la persona, no el acto”, explica Anne Spatazza. “Humilla e impone un temor al progenitor”, añade Lydia Louette. Las dos prefieren las nociones de consecuencia y reparación. A la edad de Caracola, “si el niño conoce la norma y está previamente advertido, es importante que haya consecuencias. Es una realidad de la vida: un adulto que llega tarde todos los días al trabajo también acaba teniendo problemas”. A esta edad, una reparación puede ser ir a buscar una esponja cuando ha tirado un vaso, pedir perdón o hacer una caricia cuando ha hecho daño a alguien, ayudar a ordenar lo que ha desordenado, etc. ¡Aunque no lo haya hecho aposta!
Texto: Anne Bideault