A la edad de Caracola, a veces se establecen relaciones muy fuertes entre dos niños. Entonces, la palabra “amor” aparece en labios de todos. ¿Qué pasa en realidad?, ¿Existe el enamoramiento en la infancia? ¿Y qué actitud debemos adoptar?
Los niños y el amor
Desde el primer curso de la Escuela Infantil, Sidonie no habla más que de Timéo. Al llegar por la mañana al colegio, se saludan felices. El fin de semana, quieren invitarse a sus respectivas casas. Durante las vacaciones, no dejan de pensar en el otro. Juegan muy bien juntos y parece que se entienden de maravilla. ¿Están enamorados?
Generalmente son los adultos o los hermanos mayores los que primero llaman “amor” a ese lazo tan fuerte entre dos niños. Esta etiqueta “se utiliza especialmente cuando se trata de una relación niño/niña”, afirma Rachel Briand-Malenfant, psicóloga clínica. A su entender, ese uso del vocabulario amoroso denota sobre todo la emoción que suscita en el adulto una relación de ternura entre dos niños.
Sin embargo, ¿están realmente enamorados? “Cuidado con utilizar gafas de adulto -advierte la psicóloga-: hay que distinguir lo que desea vivir un niño de lo que significa para un adulto el ‘amor’”.
Un niño puede sentir amor, por supuesto. Lo siente por sus padres, por sus hermanos y por sus seres queridos. Cuando ese círculo familiar se abre y se amplía a las primeras relaciones sociales (al acudir a la guardería y luego, sobre todo, al colegio), a veces se destacan uno o varios compañeros. El niño busca su presencia y manifiesta un gran deseo de pasar tiempo con ellos. Algunos se intercambian gestos de afecto: se cogen de la mano, se hacen una caricia, se abrazan o se hacen regalitos. Son gestos que han intercambiado con sus padres desde que nacieron: es normal que los reproduzcan de forma espontánea cuando sienten afecto por un compañero.
Los niños imitan a los adultos
A esta edad, la imitación desempeña un papel preponderante en el desarrollo del pequeño. “Cada niño se hace su representación de la relación amorosa observando a los adultos que le rodean”, explica Rachel Briand-Malenfant. Algunos recordarán que se dan besos, otros que se regalan flores… e intentan hacer lo mismo con sus amigos o amigas.
Las historias que les leemos, los cuentos o las películas también influyen en su mundo fantasmático y sus representaciones. Todos esos ingredientes se reúnen en los juegos de simulación, incluida la imitación de la vida de los adultos, que de momento es inaccesible para ellos (juegan “a papás y mamás”, “a la princesa y el caballero”…).
De este modo, las historias de amor se pueden representar como en el teatro. Todo ello contribuye a ayudar al niño a descubrir, poco a poco, quién es. Eso explica también los comportamientos “veleta”: “En el colegio tengo un novio y dos novias”, declara Émilie. “Julie ya no es mi novia, ahora es Alicia”, anuncia Jules. Estos cambios, que a veces son difíciles de seguir, no son nada sorprendentes: “Mientras que un adulto tiene una identidad consolidada, la del niño está en construcción”. Para construirla, el pequeño va tanteando a través de las experiencias. Para él, las nociones de exclusividad y de fidelidad no existen.
Respetar el «enamoramiento» en la infancia
Pero por mucho que esas historias de “amor” sean versátiles, hay que respetarlas. La dificultad para los adultos (padres, docentes) consiste en no pasarse ni quedarse corto. Porque a menudo actuamos con torpeza, aunque sin mala intención. Sonreímos ante esos “amores”, dejamos que los hermanos mayores digan “¡Oh, la parejita!”, llamamos a los abuelos para confesarles en susurros: “¡Vaya con tu nieto! Es un seductor, ¡tiene una novia!”. Pero estas palabras pueden tener diferentes efectos. Para empezar, el de invalidar las emociones vividas por el niño. También el de quitarle las ganas de sincerarse con sus padres la próxima vez. “Ahora bien, aunque estas emociones sean fugaces, pueden ser desconcertantes, y es importante que el niño pueda hablar de ellas”.
En principio, la psicóloga aconseja la discreción e invita a no poner etiquetas ni mirar con ojos de adulto lo que el niño experimenta: “El pensamiento del adulto no tiene que inmiscuirse en el del niño”. Cuando un pequeño dice: “Tengo un novio” o “tengo una novia” (aunque sean del mismo sexo, uno o varios), podemos entablar una conversación cordial con él, sin someterlo a un interrogatorio, para intentar comprender lo que representa para él, qué tiene de especial su relación con ese compañero o compañera. Pero, a veces, puede que nos impresione oír hablar sin parar a nuestro hijo de otro niño.
En ese caso, escuchemos también lo que pasa en nuestro interior: ¿siento malestar o tristeza al ver que mi hijo crece? ¿Me lleno de entusiasmo? A veces, necesitamos tiempo para intercambiar puntos de vista con nuestra pareja o con otros padres antes de admitir lo que expresa el niño.
En todo caso, no hay que olvidar que los sentimientos de los niños no están “teñidos” del mismo modo que los del adulto, que tienen una dimensión sexualizada y sentimental diferente. Puede ocurrir que sorprendamos a dos niños haciendo gestos de carácter explícitamente sexual. ¿Sienten curiosidad anatómica porque quieren conocer las diferencias entre los sexos y esa curiosidad se manifiesta en el deseo de mirar? En ese caso, los adultos tienen que hacerles entender que hay otras formas de informarse: preguntar, leer un libro sobre “cómo se hacen los bebés” o sobre el cuerpo humano.
No siempre se vive una relación muy fuerte en la Educación Infantil. Pero sí se identifican los signos de la curiosidad y de las ansias de vivir y de descubrir. Esas experiencias afectivas permiten que el niño experimente multitud de emociones, como la alegría de estar juntos o de reencontrarse, la decepción de no ser amado de forma recíproca, el temor a la rivalidad… El niño descubre progresivamente las relaciones que puede establecer fuera del círculo familiar. ¡Qué gran riqueza emocional!
Testimonios sobre el enamoramiento infantil
• “En primero de Educación Infantil mi hijo estaba enamorado de una niña. Jugaban juntos, querían compartir el tiempo los dos solos, darse besos… La relación era más exclusiva por su parte que por parte de la niña. Y eso a mi ratoncito le fastidiaba mucho, porque sentía decepción, pero seguía enamorado”. Aurélie
• “En los dos últimos cursos de Educación Infantil, mi hija tenía un gran amigo. Siempre estaban juntos. La madre del niño empezó a llamarlos “los enamorados”. ¡Me molestó mucho!”. Anne-Lise
• “A principios de curso, uno de mis alumnos tuvo un gran desengaño amoroso: su novia le dejó. No paraba de llorar y su amigo me comentó: “¿Sabe qué pasa, señorita? Que a nuestra edad, el amor no dura mucho. Solo dos o tres días”. Paola, maestra.
• “Mi hija tiene dos amigos en su clase de primero de Educación Infantil. Me habla de ellos todos los días. Los tres se reúnen nada más llegar al colegio”. Charlotte
• “Un día, mi hijo de 5 años volvió llorando del cole. Me contó que había roto con Sarah y me confesó entre lágrimas:
-El problema, mamá, es que no sé con quién voy a casarme.
Véronique
• “Mi hija invitó a su amigo a dormir. Puse un colchón en el suelo, al lado de su cama.
-Pero, mamá, si Jojo está en el suelo y yo en la cama, ¿cómo vamos a darnos besos? Céline.