“He tenido una pesadilla”. ¿Esta llamada de socorro interrumpe a menudo vuestro preciado sueño? Según los psicólogos, es algo normal: la edad de Caracola es la edad de las pesadillas. Nuestra periodista se ha armado de valor y ha salido en busca de los monstruos malos que pueblan las noches de los niños.
Consejos para actuar ante las pesadillas de los niños
Mi hija sufría pesadillas recurrentes. Hasta el punto de que tenía miedo de acostarse porque temía esos malos sueños que la harían despertarse aterrorizada. Hablaba muchos de los malos que sin duda escalarían por el portal y llegarían hasta la ventana de su habitación utilizando una escalerilla.
Para tranquilizarla, soltábamos argumentos cartesianos: la puerta está cerrada con llave, las contraventanas son resistentes, la comisaría de policía está a dos pasos… Sin pensar que, diciendo esto, dábamos crédito a la existencia de los dichosos malos. Sin pensar que los dichosos malos nacían dentro de ella, y no en el exterior. “Tengo motivos para tener miedo”, debía de pensar nuestra pequeña.
Pero entonces, ¿cómo podemos ayudar a nuestro hijo cuando tiene pesadillas? Los padres no lo tienen fácil –reconoce Françoise Guérin, psicóloga y autora de novelas policiacas–, porque los “malos” de los sueños de sus hijos suelen ser ellos, ocultos tras los rasgos de dinosaurios, monstruos o brujas”.
¿Cómo? ¿Nosotros los malos? ¡Qué injusticia, qué ingratitud! En realidad, es algo de lo más natural y sano, porque a esta edad el niño empieza a afirmarse como individuo. Para ello, intenta oponerse a los seres que más quiere, sus padres. Experimenta dos sentimientos extremadamente fuertes hacia ellos: amor y odio.
Por nuestra parte, los padres nos mostramos cada vez más exigentes con él. Queremos que no se haga pis encima, que sea paciente, que ordene, que salude… Eso provoca conflictos internos e inquietudes que se manifiestan en forma de pesadillas o de terrores nocturnos.
Por eso, interpretar en voz alta la historia que el niño nos acaba de contar o pedirle que nos explique su pesadilla es una torpeza: el pequeño siente de forma confusa que su deseo inconsciente, que se manifiesta a través de la pesadilla, es inconfesable.
La influencia de las imágenes sobre los niños
A veces, tenemos la impresión de que el origen de la pesadilla está en unos dibujos animados, una historia terrorífica o una película: lo que el niño ha leído, oído o visto los días anteriores, puebla sus noches –como las de los adultos, en realidad–. Pero no es lo que provoca la pesadilla: el miedo ya está allí, dentro del niño, y se cuela en el “material” que está a su disposición, como las historias leídas o vistas o como el perro feroz del vecino que ladra tan fuerte.
Aunque es perjudicial dejar que un pequeño vea las noticias de la tele o películas no aptas para su edad, es inútil eliminar o edulcorar las historias que dan miedo. Hay que dejar que el niño escoja el cuento de la noche, aunque sea el del lobo feroz. Es absurdo creer que podemos repeler los malos sueños, que son fenómenos psíquicos sanos.
Lo que sí podemos hacer es ayudar al niño a llevarlos mejor. Para ello, puede ser conveniente decirle que nosotros a veces también tenemos pesadillas y hablar de nuestros recuerdos de infancia: “Yo también tenía pesadillas que me daban mucho miedo. Luego me di cuenta que esos miedos estaban en mi cabeza”.
También podemos escuchar con atención el relato del niño, proponerle que lo dibuje o dibujar nosotros mismos la pesadilla siguiendo su dictado: “¿Cómo era la cola? ¿Así?”. Y dado que expresar el miedo no es fácil, podemos ponerlo en boca de muñecos: “¿De qué tiene miedo tu peluche?”.
Afrontar los miedos infantiles y superar las pesadillas
“En el centro de ocio, mis hijos hicieron una “trampa para pesadillas” –cuenta Emmanuelle–. Y creen mucho en ella. Yo considero que les hacen una falsa promesa”. Es verdad. Que los niños crean en la trampa es una cosa, pero que el adulto les anime a creer en ella, es algo diferente.
Para salvar este escollo, Françoise Guérin sugiere que apoyemos las propuestas del niño preguntándole: “¿Tú qué crees que podemos hacer para que desaparezcan las pesadillas?”. La ventaja es que así demostramos que nos preocupa el problema de nuestro hijo. Juntos dedicamos un tiempo al tema, hablamos de él y el niño adopta un papel activo. Debemos tomarnos sus soluciones en serio y no burlarnos de ellas.
Antoine, de 5 años, coloca todas las noches el arco y las flechas en la barandilla de su cama. Una paciente de Françoise Guérin trazó con tiza una línea “antipesadillas” alrededor de su cama. Otros utilizan el espray antimosquitos todo el año para ahuyentar a los monstruos por la noche. ¡Fsss, fsss, largaos, fantasmas malos!
¿Cuándo hay que preocuparse por las pesadillas de un niño?
Es difícil distinguir las pesadillas normales, que forman parte del desarrollo de cualquier niño, de las que revelan un verdadero problema. La psicóloga Françoise Guérin aconseja acudir al especialista cuando la frecuencia y la intensidad de las pesadillas son importantes, cuando el niño se queja y habla a menudo de ellas, cuando las pesadillas empiezan a preocupar a toda la familia y provocan discusiones entre los padres. Al recordar a un adolescente que acudió a su consulta tras una racha de diez noches malas, añade: “Es mejor ir al especialista por poca cosa que dejar que un problema se enquiste”.
¿Qué diferencia hay entre las pesadillas y los terrores nocturnos?
El terror nocturno se manifiesta en la primera fase del sueño (tanto por la noche como durante la siesta). El niño parece despierto, se mueve, se sienta, puede tener los ojos abiertos, gritar o pronunciar palabras. Rechaza los brazos que quieren cogerle para calmarlo. Acaba tranquilizándose solo y luego sigue durmiendo. En realidad, no se ha despertado.
Frente a este tipo de manifestaciones, no hay mucho que hacer, salvo vigilar que no se haga daño al moverse mientras sufre el terror nocturno. Al día siguiente, no se acordará de nada.
La pesadilla aparece bastante después del adormecimiento y la emoción que provoca despierta al niño, que recuerda lo que ha soñado. Una vez calmado y tranquilo, el pequeño vuelve a dormirse.
Texto: Anne Bideault