Las cifras son contundentes: siete de cada diez parejas se separan y la mitad de ellas tiene hijos a su cargo. Cada año, 100 000 niños se enfrentan a la separación de sus padres. Pero esta frecuencia no debe hacer olvidar que, para un niño, la separación de sus padres es una auténtica conmoción.
Las preguntas de los niños ante la separación de los padres
“¿Por qué estoy aquí?”
La separación de los padres es un “tsunami”, un “mundo que se hunde”… Para que entandamos lo que pasa en el cuerpo y en el corazón de un niño cuando sus padres le anuncian su separación, los profesionales no se andan con rodeos. Tímidamente, como para convencernos de que no es tan terrible como dicen, insistimos: «¿Aunque sus padres discutieran a menudo?», «¿aunque no hubiese malos tratos físicos?». Sí, incluso en esos casos.
Es mejor admitirlo: cuando los padres se separan, sea cual sea la situación y aunque la vida en casa fuera un infierno, el niño vive una situación muy difícil. ¿Por qué? Porque, de pronto, el niño no es capaz de responder a la siguiente pregunta: «¿Por qué estoy aquí?», explica la psicóloga Véronique Herlant. El encuentro entre sus padres –cualesquiera que fueran las condiciones– del que es fruto y que justifica su presencia, ha perdido su sentido. Para recuperar su lugar, para recuperarse, «el niño tendrá que zurcir ese agujero que se ha abierto, volverle a dar sentido a su vida». Y eso lleva tiempo.
«¿Es para siempre?»
La profundidad de la herida es tal que el niño intenta restañarla alimentando la esperanza de que sus padres vuelvan a reunirse. Incluso un niño que afirma que «ha entendido que es para siempre», cultiva esa creencia. De hecho, algunos adultos dan fe del largo tiempo que vivieron con esa idea.
Del mismo modo, el niño tiene inevitablemente la convicción de que todo eso es por su culpa. «El niño necesita sentirse culpable –explican las autoras de Une semaine chez Papa, une semaine chez Maman («Una semana en casa de papá, una semana en casa de mamá»), Claire Wiewauters y Monique Van Eyken–. Se enfrenta a una decisión que él no puede cambiar y en la que su opinión no cuenta para nada”. «Decirse que es culpa suya –concluye Véronique Herlant–, es recuperar el control, ser actor de lo que pasa, recuperar un lugar en la escena que se está representando. Eso es mejor que sentirse apartado».
Corresponde a los padres decir que su decisión es «un asunto entre adultos», sin temor a repetirse, como subraya Raphaël, un padre separado: «Tuvimos que repetir a nuestra hija los elementos que le daban seguridad, repetirle lo mucho que la queríamos y que no nos iba a perder a ninguno de los dos». Es importante distinguir bien entre la relación padre-hijo y la que unía a los dos adultos.
El entorno cercano, los abuelos, también pueden desempeñar un papel importante para que el niño no se sienta solo frente al enigma de la separación de sus padres. Si el hogar familiar está conmocionado, la casa de los abuelos puede ser un remanso de paz para el niño en la medida en que estos se abstengan de tomar parte en el conflicto.
Prestar atención a las reacciones del niño en caso de divorcio
Lo que el niño siente, no siempre se ve. Algunos niños reaccionan con vehemencia ante el anuncio de la separación de sus padres (física y verbalmente), pero otros no manifiestan su reacción de forma explícita. «No reaccionó –relatan sus padres desconcertados–. Incluso nos preguntamos si lo había oído”. Es como si «no pasara nada», al menos en apariencia. Pero el cuerpo tiene otros lenguajes.
Véronique Herlant a menudo recibe en su consulta niños que tienen «síntomas»: sufren pesadillas frecuentes, vuelven a hacerse pis en la cama, les cuesta separarse para entrar en clase o en casa de la niñera… Estos trastornos pueden ser la respuesta a la relación entre sus padres. El niño también puede reaccionar de forma desfasada en el tiempo. Coralie explica que dos años después de que ella y su pareja se separaran, su hija empezó a lanzarle duros reproches.
Un niño ya ha vivido separaciones
«¡Aluciné con la capacidad de adaptación de mi hija! La encontré superfuerte ante esa prueba», confiesa Raphaël admirado, sin por ello cegarse ante «los momentos de profunda tristeza que atraviesa».
Un niño ya ha vivido separaciones en su vida. Para empezar, el nacimiento, que lo arrancó del nido blandito del seno materno; luego las primeras separaciones de la vida cotidiana: ir a casa de la niñera, al colegio, pasar unos días en casa de los abuelos… El niño sabe algo sobre el dolor y el rechazo a separarse. Véronique Herlant explica: «Todas esas situaciones le serán útiles, porque las relacionará con lo que está viviendo. A todos nos gustaría que reinara la armonía, pero la experiencia nos demuestra que la realidad está hecha de incompatibilidades, y que hay que estar adaptándose permanentemente. El niño lleva haciéndolo desde que nació».
Entender al niño en caso de divorcio
Sin duda, una separación conflictiva es más difícil de vivir que una separación en la que cada progenitor mantiene un vínculo constructivo con el otro. Para lograr esto último, Claire Wiewauters y Monique Van Eyken proponen que los padres adopten la perspectiva del niño, que intenten ver la situación «a través de sus ojos».
Entre los padres que nos han hablado de sus separaciones, hay dos que se han enfrentado profesionalmente a rupturas conyugales. Uno trabaja en la policía y el otro interviene ante las familias a petición del juez de familia. Y eso influyó en su forma de abordar su caso personal: «Soy poli y puedo asegurarle que veo a muchos niños para los que es un golpe tremendo. Y en todos los medios. Quería evitarle eso a mi hija como fuera». ¿Cómo? Comportándose como un adulto.
«Comportarse como un adulto –precisa Véronique Herlant– es, por ejemplo, tomar suficiente distancia para no interpretar como un rechazo a su persona las manifestaciones de rabia, de tristeza, de depresión o de rechazo del niño». Así, ante un niño que dice: «No quiero verte más», el adulto no debe responder poniéndose al mismo nivel, no debe replicar enfadado: «Yo tampoco quiero verte nunca más» o «Ya verás, te obligaré». Otro caso típico es el del niño que conoce los ideales educativos de uno y otro y subraya de buen grado: «En casa de papá comemos siempre pizza» o «En casa de mamá puedo ver la tele cuando quiera». Es mejor no lanzarse a hacer reproches indignados y poner fin al asunto diciendo como Raphaël: «Ah, muy bien, entonces la semana que viene podrás hacerlo». Y explicarle sin miedo a repetirse, que en casa de papá y de mamá hay reglas diferentes.
Por último, todo esto forma parte de una misma actitud, que resume bien Chloé, quien mantiene una buena relación con su ex: «Me digo: nos interesamos el uno por el otro lo suficiente como para tener un hijo juntos. No hay que olvidarlo». Y, de este modo, logra respetar y confiar en su expareja. Pauline aconseja: «Aunque resulte difícil, aunque nos hagamos un lío en la cabeza, hay que esforzarse por separar a la expareja del padre de tus hijos». Esta prueba puede ser también una ocasión para iniciar o profundizar un trabajo sobre sí mismo que nos servirá de ayuda a nosotros y será bueno también para nuestros hijos.
Testimonios de padres separados
Clémence
«Me separé del padre de mi hijo cuando este tenía 3 años. Actualmente tiene 7. Se lo dijimos juntos. Lo habíamos pensado mucho y nuestro mayor deseo era que no se sintiera culpable. No sé lo que entendió de esa conversación. No lloró ni demostró ninguna emoción particular. Los dos somos hijos de padres divorciados y eso hizo que tuviéramos una sensibilidad especial por lo que pudiera sentir y por las preguntas que pudiera hacer. En general, hemos tenido una buena relación como padres. De hecho, a veces comemos juntos los tres».
Coralie «Mi hija tenía 2 años cuando nos separamos. Había tenido tiempo de notar el desencuentro entre nosotros. Por entonces, no tuvo una reacción especial. Ahora tiene 5 años y me dice que soy mala, que su padre está triste por mi culpa, que he roto su familia. Es duro. A su padre le cuesta mucho aceptar esta separación. La comunicación entre nosotros es conflictiva. No estamos en absoluto de acuerdo con la educación, con los horarios: la distancia es grande y es difícil para ella. Especialmente el día que cambia de casa».
Pauline
«Mi hijo tenía 15 meses cuando nos separamos. En cada etapa le fuimos explicando lo que pasaba, pero no era un intercambio: todavía era demasiado pequeño para eso. Ahora tiene 3 años y hace muchas preguntas: ¿por qué papá y mamá no viven juntos? ¿Por qué papá no está enamorado de mamá? Seguramente nuestras respuestas no le bastan, porque insiste en preguntar. Por ejemplo, cuando le digo que nos peleábamos demasiado, me dice: «No hay que pelearse». Entre su padre y yo, las cosas van bien: hemos conseguido diferenciar al ex del progenitor y eso es lo principal».
Raphaël «Nos separamos hace un año, cuando nuestra hija tenía 4 años. Hubiera podido ser conflictivo, pero la presencia de la niña nos obligó a controlarnos y a mantener un discurso único. En términos de madurez, es muy fuerte. Tenía accesos de ira, pero enseguida me di cuenta de su efecto dañino y los dejé de lado para que no afectaran a la relación con mi hija. No es fácil: tuve que lidiar con la tristeza del desamor y con la tristeza de ver desaparecer una determinada representación de la vida familiar, y me vi obligado a renovar la relación con mi hija».