Estás leyendo Popi u otro cuento con tu hijo o con tu hija y te insiste para que le leas diez veces una historia en concreto. ¡Esa y no otra! Y está claro que no se cansa, ¿cómo es posible? Marie-Jo Rancon, foniatra y asesora de la redacción, nos explica que leerle Popi u otro cuento, es también releérselo tantas veces como el niño lo pida, porque necesita encontrar algo en esa lectura.
Cuando los niños quieren leer siempre el mismo cuento: «¡Otra vez, otra vez!»
Recuerda el primer cuento que le leíste a tu hijo. Quizás fue al final de la tarde, antes del beso de buenas noches o en un momento especial de complicidad. Se quedó mirando tu boca, pendiente de tu voz, sintiéndose a gusto en esa relación de dos, en ese espacio y ese tiempo exclusivos. Y aquella primera experiencia de lectura compartida impregnó el cuento que le leíste, como si las sensaciones de aquel momento formasen parte del libro. Y tal vez, unos días después, te pidió a su modo que le releyeses el cuento, con el deseo inconsciente de revivir lo que pasó la primera vez.
Y, en esa segunda ocasión, cuando te pidió el mismo cuento, se reprodujo mágicamente la misma situación. El niño revivió y saboreó de nuevo el momento compartido: una experiencia conocida, de felicidad esperada y reconfirmada. No obstante, habrá que repetirla varias veces para que descubra que esto mismo ocurrirá también con otro cuento. Entonces, ya podrá prestar atención al contenido de la historia.
Tu hijo empieza a mostrar interés por las ilustraciones y por el relato. Unas veces, algo le sorprende; otras, un detalle de la imagen le asusta o le divierte. Puede gustarle una palabra o una entonación que marcas al leer. A fuerza de escuchar el mismo texto, de contemplar las mismas imágenes, llega a ser capaz de prever la imagen, la palabra o el párrafo que tanto le gusta, incluso antes de que pases la página. Surge en él un sentimiento nuevo: el placer de tener poder sobre el objeto-libro, puesto que sabe con antelación lo que contiene.
Y, hasta no haber absorbido todas las posibilidades de la historia, la pide repetidamente. Quiere adueñarse de la riqueza del relato y extraer todo lo que necesita para alimentar su afectividad, su fantasía, su conocimiento, o las tres cosas a la vez. Al revivir las emociones, las situaciones, las palabras encadenadas que le llegan como una melodía a través de la voz del adulto, el niño descubre algo que aun no había percibido.
Se fija en palabras y frases y trata de incorporarlas a su lenguaje. Y también repara en esos signos negros pequeñitos que hay en el papel y que tienen el poder de contar la historia a través de la voz del adulto. Son siempre los mismos y están en el mismo sitio. Pero no solo para él; también para papá o mamá. Así ha captado la permanencia del texto escrito. Este gran descubrimiento le transmite seguridad: los signos están ahí y no pueden desaparecer. Descubre un nuevo modo de comunicar que no se rige por la inmediatez cambiante de la palabra oral ni por la necesidad de la presencia del adulto. Y esto es tranquilizador en una edad en la que tiene que separarse a menudo de las personas cercanas.
En esta fase, tu hijo protestará si cambias una palabra del texto. Y, más adelante, fortalecido por esta experiencia, avanzará más seguro por el camino de la lectura.