Vacaciones en la playa: los descubrimientos del bebé

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Las vacaciones en la playa suelen ser la ocasión de grandes descubrimientos para los más pequeños. A menudo, verano es sinónimo para el bebé de mar, garantía de sensaciones y emociones nuevas.

Grandes descubrimientos del bebé en la playa

Durante las vacaciones de verano, vais a inmortalizar en vídeos y fotos un momento fundamental en la vida de vuestro hijo o vuestra hija: el descubrimiento del mar. Cangrejos sobre las rocas, olas rompiendo en la arena… y ese mar que se extiende hasta donde alcanza la vista. Las vacaciones en la playa encierran necesariamente promesas y descubrimientos. Para vuestro hijo y también para vosotros, que estáis impacientes por verlo crecer.

Juntos, nada más

El mayor desafío de las vacaciones en el mar es el tiempo del que disponéis para dedicaros unos a otros y para descubriros lejos de la rutina y del estrés cotidiano. «Muchos padres apenas tienen tiempo para compartir con su hijo el resto del año», asegura Catherine Potel, especialista en psicomotricidad y psicoterapeuta. «Y el mar es un buen campo de observación de nuestro chiquitín y un espacio de experiencias lúdicas para vivir en familia.»

Todos al agua… ¡o no!

Por lo que a los descubrimientos se refiere, el más importante es, evidentemente, el mar. Pero, por mucho que a los padres os guste el agua, por lo que respecta a vuestro hijo «es mejor proponer, respetando su ritmo, sin imponer nunca», recomienda Jacques Nicolas, administrador de la Federación de Actividades Acuáticas de Iniciación y de Ocio y presidente y cofundador del Baby-Club de Beauvais. Y con razón: el mar está más frío que el agua de la bañera o de la piscina y también es más grande. Si al niño no le apetece bañarse, no hay que forzarlo. En cambio, podemos cavar un hoyo para que se acostumbre poco a poco.

El bebé como pez en el agua

Si al pequeño le gusta bañarse (siempre con manguitos) se amplía el abanico de posibilidades. «Se libera del peso de su cuerpo», explica Jacques Nicolas. «Y pasa de desplazarse en dos dimensiones, en tierra firme, a experimentar en tres dimensiones». Según Catherine Potel, en el agua, «el pequeño se encuentra rodeado y pone a prueba su cuerpo. Si nos paseamos por el agua con él en brazos, las caricias y las olas le resultarán agradables a la piel». Los dos especialistas insisten en que el adulto siempre tiene que estar pendiente del niño para acompañarlo en sus descubrimientos. Cuando juega con las olas pequeñitas, salpica o mete la cabeza bajo el agua, el padre o la madre «debe protegerlo pero sin ponerle trabas», recuerda Catherine Potel. Y Jacques Nicolas añade que «si el progenitor está atento al cien por cien, le puede dar un churro de natación o una tabla».

En tierra firme

En la orilla, tampoco escasean las actividades: mirar juntos las especies que la pueblan, como caracoles de mar, cangrejos o pulgas de playa; experimentar el crujido de la arena bajo los pies o la humedad pegajosa (y divertida) de las algas. «Los adeptos a la tierra firme, estarán encantados de correr por la playa o jugar a la pelota», asegura Jacques Nicolas. Para Catherine Potel, «es mejor no “equipar” demasiado a los niños» a fin de permitirles explorar el medio con toda libertad. Olvidemos, pues, los pañales de agua y los bañadores con flotador incorporado que dificultan los movimientos. Porque, como recuerda Catherine Potel, «el mar y la playa son terrenos de juego formidables».

Joséphine Lebard